sábado, 11 de julio de 2009

De modas y religiones

Ser cristiano no está de moda, a no ser que tu segundo nombre sea Ronaldo. En los últimos años asistimos a una especie de "cristianofobia" que representa a todos los creyentes como arcaicos, como casposos, como añorantes de viejos regimenes. Curiosamente, por hacer lo mismo que hacen otras personas que profesan religiones que son más guays, más progres, más molonas. Es decir: si uno lleva una cruz colgada del pecho, es un carca. Si por el contrario se reza mirando hacia La Meca, ya gusta más. Y conste que ambas opciones me parecen respetabilísimas.
El problema de la cristianofobia habría que buscarlo en la tendencia simplista de, por ejemplo, quienes gobiernan España. Si se reza, como Franco rezaba, pues uno es franquista. Ojo: la Iglesia también tiene parte de culpa. Qué me cuenten a mi eso de que dos personas no puedan compartir una noche de cama por puro placer. La tendencia histórica de la Curia a reprimir el placer, a hacernos sentir culpables por haber nacido del pecado, ha contribuido a alejar a la gente de los templos que, en muchas ocasiones, dan la sensación de estar llenos de mercaderes dos mil años después.
No quiero, pese a todo, caer en el tópico y la generalización. Me precio de tener amigos de todas las tendencias: gays, lesbianas, gitanos, guardias civiles, divorciados, musulmanes, hindúes o legionarios de cristo. Y me consta que, igual que algunos andan rodeados del becerro de oro, otros, simplemente, dan de comer al hambriento y de beber al sediento.
Recuerdo que hace algunos años se entregó un Premio Ciudadano a un señor que iba todos los días al hospital a visitar a los enfermos que no tenían nadie que se acordase de ellos. Dijo que lo hacía por su fe en Dios. Tres minutos y medio después, la mano que mece la cuna lo estaba tildando de facha.
Yo no se si creo en Dios, más si intuyo que hay algo que el hombre jamás ha podido descifrar y que se escapa al conocimiento humano. Yo no se si soy un buen cristiano, pero me siento orgulloso de compartir creencias con Vicente Ferrer o Monseñor Romero. Y no se si nació de una virgen y resucitó al tercer día, como ignoro si tuvo o no descendencia con María de Magdala. Porque en el fondo, me es indiferente. No me encuentro a mi mismo cargando su imagen sobre mis hombros al morir la primavera. Pero cuando uno sale a la calle y se encuentra con que nuestro mundo se ha convertido en un circo de banqueros sin escrúpulos, políticos sin apenas nivel y personas que dan más importancia a un pantalón que a una lágrima ajena, siento que llevo toda mi vida poniendo la otra mejilla. Y no se por qué será, pero supongo que algún día tendrá recompensa. Como nos gusta ver caer a los malos, a los que levantan imperios a costa de sentimientos y esfuerzos ajenos para luego pegarse, en muchos casos, la hostia padre. Insisto: no esperen verme por una Iglesia más allá de los actos sociales. Pero tampoco esperen verme renegar, por una cuestión de modas, del más grande de la historia. No me quedo con su imagen subiendo a los cielos; me conformo con imaginarlo montando en un burro a la entrada de Jerusalén. Puede que mi ideal de Jesús de Nazaret esté distorsionado. Pero prefiero eso a, simplemente, no tener miedo ni vergüenza por que ser cristiano sea cosa de fachas y esté pasado de moda.

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