domingo, 12 de julio de 2009

En la montaña, la esperanza

Dicen que es un deporte acabado, y nos cuesta trabajo seguir con la inocencia de hace algunos años las evoluciones de los ciclistas en el Tour de Francia. Pero hay algo que nos sigue incitando a sentarnos delante del televisor, a esperar que alguno de los nuestros tenga el día. Por eso, y por que todo el mundo es inocente salvo que se demuestre lo contrario, llegado el momento a mi me sigue atrayendo la lucha de los ciclistas contra si mismos y los elementos.
Y por eso, aguardo con especial interés que empiece lo bueno de verdad. La montaña. Porque no nos engañemos: Miguel Induráin fue una rara avis en el panorama ciclista nacional. Lo nuestro no es ganar con tanta superioridad como el Aguila de Villaba; antes al contrario, siempre nos ha ido mejor saltar en la montaña. Tal vez por la propia orografía patria; tal vez por nuestro propio caracter. Los escaladores puros siempre me recordaron a los bandoleros que asaltaban a las tropas invasoras allá por Sierra Morena; a los pastores de Viriato que, montaña arriba, pusieron en jaque a los romanos.
Por eso cuando llegue la montaña -la de verdad-, no me la pierdo. Por eso, y porque ultimamente ha surgido un campeón que vuelve a encarnar ciertos valores perdidos. Los de la humildad, la prudencia y el saber esperar. Los del golpe único, pero certero. Los del trabajo diario. Por ello, quiero que lleguen los alpes y me descubro ante mi ciclista favorito. Es, además, un tio encantador. Por que siempre se le menospeció, porque hubo quien quiso otorgarle el papel de perfil bajo o incluso el de "cuñado de...", Carlos Sastre Candil merece llegar, por segunda vez, de amarillo a París. ¿Contador?. Es joven: ya tendrá tiempo pero, con ambos en forma y la promesa cada vez más realidad llamada Luis León Sánchez, espero y supongo que una vez más el "Viva España" haga temblar los Campos Elíseos.

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